Malinallitzin

José Eduardo Valdivia Heredia

Para situar la ubicación psíquica-geográfica de esta obra, una tiene que viajar a la frontera, viajar a esos espacios que hacen ruptura y se explotan, que, a pesar de la violencia de los discursos coloniales, logran generar nuevas subjetividades. La figura de la Malinche/Doña Marina/Malinallitzin, es una que ha atormentado a México y la frontera de EEUU-México desde el principio de la historia colonial. Ella es la madre puta, la gran traidora, que, al traducir y manejar la Conquista colonial de Cortés y la corona española, condenó a todos los pueblos indígenas de México a la perdición. La Malinche es el fantasma que aparece y desaparece en toda producción cultural mexicana, es la madre del nuevo estado mexicano y su perdición a la vez. Por lo menos esto ha sido la narrativa hasta que las feministas mexicanas/chicanas, muchas de ellas queer, se apoderaran de la Malinche como una forma de resistencia a la dominación (neo-)colonial y a la violencia de la historia en erradicar culturas, idiomas, costumbres, y la posibilidad de la supervivencia en un futuro (queer).

Yo veo en la Malinche una representación de los espacios fronterizos y los choques entre culturas—indígena-europeo, náhuatl-castellano, espiritual-empírico, holístico-cartesiano, queer-normativo—como intrínsicamente queer en su resistencia a ser nombrada, identificada, o esencializada por fuerzas dominantes y en su inhabilidad (o su aversión) a nombrarse ella misma. La voz de la Malinche en mi poema refleja lo que críticos han nombrado su carácter palimpséstico: a través de la historia—para bien o para mal—todos han escrito el destino de la Malinche excepto ella misma, ya sea los escritores machistas, conservadores como Octavio Paz, o las críticas chicanas como Gloria Anzaldúa, quien ve en su historia trágica los rastros de una agencia feminista, queer, o, si acaso, yo, quien escribo este poema en la voz de la mujer que jamás seré. Este poema epistolar aborda la violencia del lenguaje ya que Malinallitzin, a los finales de su vida, escribe sobre el dolor de perder su voz en una lengua que no es la suya. Martín, el producto de la esclavitud (sexual) de la Malinche, toma la forma de alegoría para México, de la violencia colonial-sexualizada que perpetúa ciclos de daño físico-psíquico-espiritual sobre las mujeres (y madres) indígenas hasta el presente. Mientras mi obra no menciona queerness en sí, yo me alineo, y también este poema, con una tradición de mujeres Chicanxs, queer y con académicos-artistas-activistas de género-expansivo que se apoderan del papel de la madre puta e invito a mis audiencias a leer a la Malinche de forma queer, es decir, de imaginar formas de crear fuera de los límites sexualizados-racializados coloniales. Para lectoras en el contexto de EEUU/países occidentales, esto significa entender lo queer fuera del género y la sexualidad; y, en vez, enfocarse en el colonialismo como una fuerza (hetero-)normativa que borra saberes indígenas sobre lo queer; la gente a quien pertenecía la Malinche siempre supo que el género es más que hombre/mujer. Me pregunto, ¿cuáles son las posibilidades queer en re-imaginar un arquetipo cultural con un marco teórico fronterizo? ¿Cómo coinciden lo fronterizo y lo queer, y ambos se pueden separar?

¡Escucha a los llantos de la Malinche que contestan —quizá con circunlocución
— estas preguntas!

To situate the psychic-geographic location of this piece is to travel to the borderlands, travel to the spaces that rupture,  burst and generate new subjectivities even amid the violence of colonialism. The figure of La Malinche/Doña Marina/Malinallitzin, is one that has plagued Mexico and the US-Mexico borderlands since the beginning of its colonial history. She is the whore mother, the grand traitor that damned the indigenous people of Mexico by translating and ultimately facilitating the colonial conquest of Cortés and the Spanish crown. La Malinche is the haunting figure that looms in the back of every Mexican cultural production. She is at once the mother of the new Mexican state and its demise. This has been the narrative until Mexicana/Chicana feminists, many of them queer, began to reclaim the figure of La Malinche as a form of resistance to (neo-)colonial rule and the violence of history, its erasure of cultures, languages, foods, and the possibility for livable (queer) futures.

I see La Malinche as representative of the borders and clashes between cultures—indigenous-European, Nahautl-Castilian, spiritual-empirical, holistic-Cartesian, queer-normative—as inherently queer in her resistance to be named, identified, or essentialized by dominant forces and in her inability (or unwillingness) to name herself. The voice of La Malinche in my poem reflects what scholars have called her palimpsestic nature: throughout history—and for better or for worse—everyone has decided her destiny except for herself, whether it is the conservative, masculinist writers like Octavio Paz, or the Chicana scholars like Gloria Anzaldúa, who find in her tragic story the traces of queer, feminist agency, or whether it is I, writing this poem in the voice of the woman I will never be. This epistolary poem takes on the violence of language as Malinallitzin, at the end of her life, writes about the pains of losing her voice in a language that is not her own. Martín, the son that is the product of La Malinche’s (sexual) slavery, takes on the allegorical role of Mexico, of a gendered colonial violence that perpetuates a cycle of physical-psychic-spiritual harm on indigenous women (and mothers) to the present. While the piece does not make mention of “queerness” as a concept, I align myself, and this poem, with a tradition of queer Chicanx women and gender-creative scholar-artist-activists who fiercely take on the role of the whore mother, and I invite my audiences to read La Malinche queerly—that is, to imagine ways of creating outside of gendered, racialized colonial perspectives. For readers in the U.S./western nations, this means understanding queerness outside of gender and sexuality and turning towards colonialism as a (hetero-)normalizing force that erases indigenous ways of understanding queerness; the people to whom La Malinche belonged always understood that gender was more than man/woman. I ask myself, what is the queer possibility of re-imagining a cultural archetype in a borderlands framework? How do borderlands and queerness overlap, and can they be separated from each other?

Listen as La Malinche cries the answers —perhaps through circumlocution— to these questions!

A quien lea mis penas:

Me llamo Marina; o quizá Malinche; o quizá Malinallitzin; o quizá la madre de Martín, a veces temaktekauani, la puta traidora que me llama mi gente… En estas noches eternas, en la penumbra de mis penas, no recuerdo mi nombre. No recuerdo quién soy, ni creo tanto que me importe. Aborrezco cada día que pasa y no tenga a mi lado a Martín, piltsintli, amado hijo; aborrezco el día que Hernando se lo llevó a ese infierno lejano que es España; aborrezco el día que mi lengua pronunció el primer sílabo de esta lengua diabólica que es el castellano, kaxtitl. Me siento enferma. El mundo alrededor de mí se derrumba. Mikistli: La muerte subsiste en estas tierras abandonadas por los teteo, los dioses. La plaga se roba mi tranquilidad, se roba mis recuerdos y deseo grabarlo todo antes que los teteo me despojen de este cruel mundo.

Algún día yo era de Paynalá; algún día yo era la hija de un cacique, venía de una madre poderosa, de una madre que tuvo que sacrificarme para salvar a mi gente de los mayas invasores, tlapoloani. La perdono porque sé que no fue fácil y sé que mi destino me lo obligó, que yo tuve que llegar a las manos de los españoles aunque mi gente me lo despreciara. Fui esclava de los Tabascos, quienes me regalaron a los sucios españoles, gente que atraía y repugnaba a la vez. Algunos decían que eran dioses, pero yo lo sabía diferente. La gente contaba de las bestias, tekuani, que montaban, que eran parte hombre y parte animal, que eran profetas venidos a rescatarnos. Otros decían que eran tsitsimimej, demonios blancos, que venían a matar con sus armas mágicas. Mikilistli: yo reconocí su humanidad, su mortalidad, su repugnante egoísmo.Naturalmente, al saber los idiomas y las costumbres de estas diversas regiones, me encontré obligada a ser nenepili, la lengua, y auiani, la santa puta, de Cortés. Me regalaron de un hombre a otro como si yo no tuviera el derecho al amor. Y amor sí encontré en el hijo que me dió y después robó Cortés. En los días que pensé no más poder, mi hijo Martín, piltsin, me animaba a seguir luchando, y todo lo di por él. Ahora me encuentro en estas tierras vastas, abandonada y enferma de la plaga con la que nos castigaron los dioses. Alguna gente me mira y me adora; para ellos soy diosa aunque me sienta yo menos que un pobre insecto. Otros me miran y me desprecian; no saben que más me desprecio yo por haber pronunciado las palabras que serían mi fin; no saben que más me desprecio yo por haber sido vendida como animal entre hombre y hombre; no saben que más me desprecio yo por haber perdido lo que más me importaba en la vida, mi
dulce Martín.

Si alguien lee estas penas mías, recuérdenme. Recuerden lo que sacrifiqué y justifiquen mi vida, que en estos últimos días, no puedo justificar ni estas miserables palabras, ni mi miserable respiración.

Firmada,

Tonameyalotl, la sombra de una pobre mujer.

To whom may read my sorrows:

My name is Marina; or perhaps Malinallitzin; or maybe only Martín’s mother, sometimes temaktekauani, a fucking whore, in the words of my people… On these deathless nights, in the shadow of my sorrows, I cannot remember my name. I cannot even remember who I am, nor do I think it really matters. I cannot stand another day without Martín, piltsintli, my little boy; I cannot stand remembering the day Hernando stole him to that distant hell that is Spain; I cannot stand remembering the day my mouth spat out the first syllable of the demonic tongue that is Castilian, kaxtitl. I feel so sick. I watch as the world around me is obliterated. Mikistli: Death crawls through these borderlands abandoned by the teteo, the goddesses and gods. This plague has robbed me of my peace, robbed me of my memories, and I wish to record a trace of my existence before the teteo take me from this cruel world.  

There was a time I was from Paynalá; there was a time that I was the daughter of a cacique, I came from a brave mother who had to sacrifice me to save my people from the invading Mayans, tlapoloani. I had to forgive her because it was my destiny to land in the hands of the Spaniards, even if my people were to despise me for it. I was a slave of the Tabascos, who gifted me to the filthy Spaniards, creatures that simultaneously enthralled and disgusted. Some called them gods, but I knew the truth. People told stories of the beasts, tekuani, they mounted, that they were half human and half animal, that they were prophets come to our rescue. Others called them tsitsimimeg, white demons, that they had come to kill us with their arms of witchcraft. Mikilistli: I recognized their humanity, their mortality, their repulsive ego. As I spoke the languages and knew the customs of these diverse regions, I was obligated to be Cortes’ nenepili, tongue, and auiani, virgin whore. I was gifted from man to man as if I had no right to love. But I was still able to find love in the son that Cortés gave me and later stole. When I thought I could not live any longer, my dear Martín, piltsin, would motivate me to keep going, and I gave up everything for him. Now I find myself in these barren borderlands, abandoned and slowly dying from the sickness the gods imposed on us. Some look at me, and they adore me; to them I am a goddess even if I feel less than a tiny bug. Others look at me, and they hate me; they do not know that I despise myself more for pronouncing the words that would be my demise; they do not know that I despise myself more for having been sold like livestock between men; they cannot know that I despise myself more for losing the only thing that made this life worth living, my sweet Martín.

If someone reads these sad lines, remember me. Remember what I sacrificed and justify my life, because in these final days, I cannot justify these miserable words, nor can I justify my miserable breath.

Signed,

Tonameyalotl, the shadow of what was a woman.